jueves, 9 de octubre de 2008

Mi Vision de Carmelo Rodero



Como parte de mi formación como Sumiller me fue asignada la tarea de acompañar a Carmelo Rodero en dos de las tres catas que dictara en Caracas el pasado mes de Junio. Pero además de esto, tuve la oportunidad de participar en la actividad que realizó la Academia de Sommeliers de Venezuela, en el Hotel Tamanaco, el día 17 de Junio. Dada la excelente experiencia, quisiera compartir algunas de mis impresiones con ustedes,
Las bodegas de Carmelo Rodero se encuentran situadas en la Ribera del Duero. En la actualidad tienen una extensión de 100 hectáreas y 17 en proyecto de plantación para 2009. Carmelo nos comentó que el clima es continental: “es un clima tajante, lo que significa que en invierno hay muy bajas temperaturas (-18° C) con heladas que pueden extenderse hasta mayo y reaparecer a finales de septiembre o en octubre. En verano, por otro lado, la temperatura llega a los 40° C. Tiene una baja pluviometría que trae como consecuencia que las enfermedades de la vid sean poco frecuentes”.
Aunque parezca extraño, una de las afirmaciones que ha hecho Carmelo en otras oportunidades –y que reiteró en esta ocasión- es su decisión de no crecer más y conformarse con las extensiones de terreno que posee. A pesar del escaso tiempo que compartí con él, me parece que le será difícil, realmente muy difícil, cumplir con este deseo. Déjenme explicarles por qué hago esta aseveración.

PASIÓN POR SU VIDA, PASIÓN POR LA VID.
Como ya se dieron cuenta, me he permitido tutear al personaje, lo cual no es sólo fruto de la liviandad caribeña, sino que se enlaza con la humildad y sencillez de este vinatero español. Hombre de mediana edad, con la corpulencia que da el trabajo de campo, de mano gruesa que trasmite un saludo cálido y considerado. Pelo rapado, nariz aguileña que perfila el rostro de franca urdimbre castiza. Vestido con sencillez, pero siempre adecuado a la ocasión, no importa el ambiente en el cual le toque presentar sus vinos. Carmelo trasmite la paciencia del que ha dedicado su vida a esperar que la sabia naturaleza haga su trabajo y otorgue sus preciados dones, y la humildad de quien entiende que su labor es permitir la expresión del terruño, que él es sólo un instrumento en la búsqueda de la perfección y no el actor fundamental en esa obra.
Cuando Carmelo comienza a disertar sobre sus vinos, su actitud cambia radicalmente. El hombre callado, tranquilo y paciente se transforma. La pasión por su trabajo brota de sus palabras, un torbellino de ideas se agolpan en su mente y trata con sencillez, pero con fuerza, de trasmitir lo que significa su trabajo y el orgullo por los frutos que ha elaborado.


DE ESTUDIANTE A EMPRESARIO
Carmelo, en confianza, nos cuenta parte de su vida. Hijo y nieto de agricultores nunca le gusto el estudio. Desde pequeño su pasión era el trabajo del campo y es así como a los 14 años -con una fuerza y determinación cercana a la rebeldía- se impone al deseo de los padres de enviarlo a seguir estudios formales. Comienza a desplegar sus dotes de comerciante y empresario, dedicándose a la venta de paja a una azucarera, que utilizaban, mezclándola con azúcar, para elaborar pienso para animales. A los 16 años ya produce más dinero que sus progenitores.
El negocio familiar era la participación en una cooperativa vinícola. El padre fue presidente. Sin embargo, el ojo agudo de Carmelo le mostraba con claridad que la estructura de esta empresa la hacía inoperante y poco productiva. Pronto decidió montar tienda aparte y, con el dinero que le daban sus pequeños negocios, comenzó a comprar tierras para plantar vides.
Por 14 años vendió sus uvas a la bodega más renombrada de la zona: la mítica Vega Sicilia. Perspicaz y con visión de futuro, aprendía día a día de esta escuela vinícola. En 1988 decide emprender, una vez más, su propio camino y montar una bodega propia. Esto generó preocupación en la familia, por el riesgo que conllevaba el proyecto.
Hombre de retos. No se contentó con dar ese paso. Con firmeza decidió no transitar la ruta fácil de elaborar vinos a granel y vender volumen, sino que apostó por desarrollar vinos de calidad y, por si fuera poco, identificarlos con su nombre y apellido. Menudo compromiso asumía este castellano franco, sincero y orgulloso. Su producción: sólo 4.000 kg. por hectárea.
En 1991 sale al mercado el primer Carmelo Rodero. Mientras narra su historia, refiere con orgullo que todos sus vinos han obtenido algún reconocimiento por su calidad. Como muestra enseña la última medalla obtenida como el mejor producto en la Feria de Vinos de Bogotá, a la que asistió antes de llegar a Caracas.
Desde sus inicios no ha dejado de desarrollar su negocio: ha aumentado sus tierras, implementado innovaciones tecnológicas -muchas de ellas de su propia creación- y, últimamente, ha incorporado a sus hijas: una graduada de Enólogo en Burdeos y, la otra, de Empresariales en España.

LOS SECRETOS DE SU BODEGA
La filosofía de su trabajo es clara: desea ser lo menos intervencionista posible. No utiliza herbicidas y abona con materia orgánica seca. Es conservador en el manejo de las enfermedades. Por ejemplo, según cuenta, en el viñedo no toman medidas contra la araña roja, que si bien produce daños a la vid, estos son de poca magnitud. Ocurre que esa misma araña roja es un excelente depredador de ácaros, parásitos más peligrosos y dañinos.
Las dos afecciones más frecuentes en sus tierras son: el Oido que lo combaten con el polvo de tierra de la propia viña y el Mildium, que ataca en contadas ocasiones, pues necesita una gran humedad con temperaturas cercanas a los 20-25 C por 4-6 días continuos. La vendimia es manual y toman las precauciones para hacerla cuando la uva está madura.
Carmelo le da mucha importancia al momento de recolección: “debe existir un equilibrio entre los diferentes componentes de la uva”. Para esto, después de la apreciación directa de las uvas, se realizan estudios de reflectometría, luego análisis químicos y repiten la reflectometría.
Dos hechos particulares nos permiten conocer mejor a Carmelo. Uno de ellos se refiere al desarrollo de cultivos de la Cabernet Sauvignon. Antes de comenzar a sembrarla, le recomendaron hacerlo en las tierras más fértiles. Con la curiosidad que lo caracteriza, decidió formar su propia visión. Viajó a Burdeos para visitar las plantaciones que le han dado fama a esta cepa. Allí se encontró con el hermetismo galo que puso a prueba sus capacidades de observador. Paso seguido, recurrió a los libros y se dedicó concienzudamente a estudiar las características de está prolífica variedad. Al igual que en sus vinos, el tiempo había permitido una clara transformación de este hombre: del adolescente que evadió el estudio, al hombre maduro que busca constantemente el conocimiento, no sólo en la acción, sino en las experiencias de otros. Concluyó entonces que era mejor plantarla en tierras poco fértiles, de manera de impedir el crecimiento vegetativo de la planta, y lograr una mejor madurez. Hoy por hoy se siente muy orgulloso de los resultados, y muestra en la cata cómo sus vinos no tienen el aroma a pimiento verde típicos de la Cabernet, mientras logra unos taninos suaves y educados.
El otro aspecto de Carmelo es su inventiva, su creatividad. Ha desarrollado dos técnicas para el remontaje: uno cerrado y otro abierto, que son parte del éxito y de la calidad de sus vinos.
Para el remontaje cerrado, sin aireación, que se realiza cuando se desea evitar la oxidación, utiliza un émbolo que se introduce verticalmente en el mosto y del cual salen unas paletas que se van abriendo hasta tomar una posición horizontal. Una vez extendidas, se sumergen en la cuba, arrastrando el sombrero de manera que se mezcle con el mosto en fermentación. Este método se llama “Pigeage”.
Cuando se requiere aireación para la preservación de las levaduras y el mantenimiento de la fermentación alcohólica, utiliza un sistema que consiste en verter muy rápidamente, por gravedad, el vino proveniente de la cuba de fermentación a un envase de 4.000 litros. Una vez terminada la operación, este recipiente se sube hidráulicamente y se devuelve el vino a la cuba, también por gravedad. Esto evita el uso de las bombas, que siempre tienen el riesgo de triturar las pepitas, y generar taninos verdes y agresivos en el vino. Este método se llama “Delestage”.

Escrito por Manuel Ortega/III Promoción.

Manuel Ortega Sommelier III Promoción



III Promoción...Por graduarse 12 de Noviembre


1 comentario:

sommeliers y punto... dijo...

Felicitaciones Manuel, siempre es grato leer tus experiencias y relatos.

Ingrid R